viernes, 22 de agosto de 2008

Los primeros estudios sobre la argumentación

Ya en siglo V antes de Cristo, en la Grecia antigua –modelo originario de las sociedades democráticas contemporáneas– la palabra hablada y escrita había logrado unas proporciones de importancia considerables en la defensa del sistema democrático. En este contexto sobresalían los sofistas, oradores que habían conseguido desarrollar estrategias argumentativas sumamente eficaces para obtener la adhesión de las audiencias a quienes dirigían sus mensajes. Este hecho dio origen al desarrollo de la retórica.

Los autores clásicos de la teoría de la argumentación coinciden en señalar que la retórica recibió un tratamiento sistemático en la ciudad de Siracusa, en Sicilia, durante la primera parte del siglo V antes de Cristo, en especial gracias a las obras de Corax y Tisias. Posteriormente, las técnicas retóricas fueron perfeccionadas por Protágoras (480-410) y por Gorgias (483-390).
Protágoras diseñó el principio que funciona como base de la retórica y subyace, en consecuencia, en todo texto argumentativo, de que El que no piensa como nosotros, se engaña. Siguiendo este principio, todo comunicador que intenta persuadir a otros se esmerará en recopilar la mayor cantidad y la mejor calidad de argumentos para mostrar que la única manera posible de interpretar la realidad, o por lo menos la más conveniente, es la que él muestra.
Los retóricos clásicos establecieron otra de las máximas generales de la producción de textos argumentativos: la eficacia del orador reside principalmente en el hecho de que conozca en profundidad lo que el auditorio sabe o piensa (conocimientos previos, creencias, prejuicios, sentimientos, actitudes, deseos) y también lo que ignora.

En este sentido, las principales corrientes de estudio de la argumentación señalan también a Protágoras como el pensador que desarrolló el concepto de lugares comunes o tópicos argumentativos, es decir el cúmulo de premisas de carácter general que los oradores podían utilizar para armar sus argumentaciones. Por este motivo, los lugares designaron los rótulos bajo los cuales podían clasificarse los argumentos pertinentes para cada caso y, en consecuencia, donde era posible agrupar el material necesario, con el fin de que el orador pudiera encontrarlos con facilidad, según la definición que brindó Aristóteles. Fue esta misma característica de acumulación la que más tarde llevó a Marco Tulio Cicerón (106-43) a definir los tópicos o lugares como depósitos de argumentos.

Aristóteles estableció la diferencia entre persuadir y convencer. El filósofo deja para el convencimiento el camino del razonamiento puro, es decir la lógica formal que puede juzgarse en términos de verdad o de falsedad. En cambio, para la persuasión asignó la retórica, en tanto actitud psicológica que aspira a emocionar al auditorio. La retórica permite entonces elaborar argumentaciones en las que interesan más los resultados que desea obtener el orador o escritor, que el proceso lógico que sigue para conseguirlo. En este sentido, el orador puede utilizar recursos retóricos lógicos y no lógicos, porque sus resultados serán evaluados en términos de eficacia y verosimilitud, y no de verdad o falsedad.
Por ejemplo, un razonamiento deductivo como el que sigue puede ser evaluado en términos de verdad o falsedad, en tanto que existen mecanismos de prueba para determinar la pertinencia lógica de las premisas y de la conclusión:

Ejemplo 1: Todos los nombres son mortales (premisa mayor)
Juan es hombre (premisa menor)
_____________________________________
Juan es mortal (conclusión)

En cambio, en el siguiente proceso argumentativo no es posible determinar la verdad o falsedad, ni existen mecanismos de prueba eficientes al respecto.

Ejemplo 2:
En la Argentina se ha registrado en los últimos meses un incremento en la cantidad de suicidios de jubilados.
Los jubilados sufren graves penurias económicas.
Por lo tanto, es la situación económica la que empuja a los jubilados al suicidio.

Esta estrategia discursiva ha sido utilizada con frecuencia en los medios de comunicación de la Argentina. En este caso, y a tenor de lo que opinan los expertos en psicología y sociología, la situación económica de los jubilados, aunque constituye un factor relevante, opera como un emergente, al que deben sumarse otra serie de factores, como la escasa posibilidad de inserción social de la tercera edad en la sociedad argentina; los pobres niveles de participación en decisiones familiares, grupales u políticas; el abandono y el desamparo; la sensación de fracaso y frustración; entre otros muchos factores que determinan una decisión irreversible como la de dar término a una vida.

En consecuencia, el suicidio de una persona no se deriva necesariamente de una situación económica calamitosa, aunque esto no implique negar que en algunos casos las penurias económicas pueden resultar una razón suficiente. En este sentido, el lector podrá notar que en el primer ejemplo, el razonamiento presentado se dirime en términos de verdad o falsedad, pues se trata de cuestiones comprobables, en tanto que son verificables empíricamente.
En el segundo ejemplo, en cambio, se trata de una cuestión controvertible, es decir, opinable. La conclusión no se deriva necesariamente de la premisa presentada, aunque la estrategia discursiva del escritor resulta pertinente en el sentido de que en definitiva es plausible que alguien decida suicidarse debido a que atraviesa por una situación económica adversa. Sin embargo, el escritor da por sentado que el suicidio y, por lo tanto, todos los suicidios de jubilados, se deben a motivos económicos, como si se tratara de la única conclusión posible, dadas tales premisas.

En el presente siglo, el estudio de la retórica cobró nuevos bríos, especialmente gracias a los desarrollos de la escuela de Bruselas, creada por el investigador polaco Chaim Perelman. Este autor revisó las distintas concepciones de la disciplina, desde la antigüedad hasta la década de 1950, y devolvió a la retórica los principios y funciones con que la había concebido Aristóteles. La retórica había ido perdiendo sus características originarias para convertirse, especialmente debido a las corrientes de pensamiento de la Edad Media, en mero ornato de los textos, en un catálogo de figuras con que los escritores y oradores podían embellecer sus textos.
En su planteo de La Nueva Retórica, Perelman (1970) destaca que si bien es indudable que la función ornamental determina en gran parte la eficacia de las argumentaciones, no pueden dejarse de lado una serie de cuestiones referentes a la estructuración de los textos argumentativos, las técnicas discursivas pertinentes, las pautas de selección de los argumentos y sus particulares medios de prueba, entre muchos otros aspectos.

En este sentido, conviene tener en cuenta que la filosofía y la ciencia utilizan técnicas discursivas lógicas para exponer sus razonamientos, con el objetivo de convencer sobre la verdad de los planteos bajo consideración. En estos casos se habla de convencimiento, puesto que este tipo de argumentación acude a oraciones cuya verdad o falsedad es mensurable, verificable (Núñez Ladevéze, 1979). Por lo tanto, en la búsqueda del convencimiento, propia de la filosofía o la ciencia, se recurre sólo a la capacidad de razonar de los individuos, y en consecuencia se deja fuera la apelación a los sentimientos y las emociones; es decir, a los elementos irracionales del hombre.

En cambio, en la argumentación, además del acuerdo por vía de la razón, se busca el asentimiento por vía de la apelación a lo emocional, es decir a la esfera de lo menos racional de las personas.
Mientras que en la lógica pura se razona fuera del tiempo, ya que como se ha visto, las conclusiones obtenidas pretenden valer universalmente; en los procesos argumentativos los argumentos esgrimidos dependen de los condicionamientos temporales y, por lo tanto, sólo resultan válidos para un presente.

Como se ha podido observar en el ejemplo 2, concluir que los jubilados se suicidan exclusivamente por la situación económica imperante es válido sólo para el momento histórico en que ocurren los suicidios. En este contexto también podría ser tan pertinente concluir el razonamiento de otro modo, como decir que los jubilados se suicidan por el sentimiento de fracaso o por la escasa probabilidad que tienen de aportar su sabiduría acumulada gracias a sus vivencias, o bien por la sensación de desamparo que los angustia.

Por otra parte, conviene tener en cuenta que las conclusiones que se extraen en los razonamientos científicos resultan inmodificables, lo que los convierte en razonamiento formal. En contraposición, las conclusiones obtenidas por un proceso argumentativo no están definitivamente clausuradas, es decir, pueden ser modificadas e incluso reforzadas a lo largo del tiempo (Núñez Ladevéze, 1979).
En este sentido, los razonamientos de la filosofía y las ciencias son actividades contemplativas, en tanto ejercicio intelectual; la argumentación, en cambio, busca una adhesión con el objetivo primordial de transformarla en una acción concreta. Por ejemplo, la compra de un shampoo, la participación activa en una causa social o cultural, o la formación de una opinión favorable a lo que esperaba el escritor u orador que produjo el mensaje.

La eficacia de las argumentaciones, y especialmente de las que se incluyen en los medios de comunicación social, dependen de la verosimilitud con que el escritor presente los hechos, juicios y conclusiones, y de la consistencia con que logre encadenarlos en el texto.
Inicialmente era sólo la retórica el procedimiento utilizable para obtener la adhesión, y todavía sigue conservando un rol central en esta materia. Sin embargo, los estudios referentes a los procedimientos para lograr la persuasión se han enriquecido actualmente con una serie de técnicas científicas modernas desarrolladas por la psicología social, la antropología, la lingüística, la semiología, la propaganda, la publicidad, la sociología, la psicolingüística y el análisis discursivo.

En Marro, Mabel y Dellamea, Amalia. Producción de textos. Buenos Aires, Fundación Universidad a distancia Hernandarias, 1993 (fragmento).

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